Imagina que caminas por una calle ajetreada, en el centro de una gran ciudad (difícil de concebir en estos tiempos, sí, pero inténtalo). Unos metros más allá, en una esquina, ves a un individuo, megáfono en mano, que se está dedicando a gritar sin ton ni son en la oreja de todo el que le pasa por delante. Con tanto volumen casi ni se le entiende, y su mensaje no parece tener mucho sentido, al menos para ti. Y, viendo la manera en que los peatones pasan de largo sin detenerse, prácticamente para nadie. Lo dejas atrás y continúas caminando.
Al dar la vuelta a la esquina, te encuentras de frente con un rostro familiar. Es un viejo conocido al que hace algún tiempo que no ves, pero te ha reconocido y te saluda con una sonrisa, mirándote a los ojos. Antes siquiera de abrir la boca, ya tiene tu atención. Estás preparado para entablar una conversación, sin necesidad de gritos, y con significado. Ahora, sí hay una conexión.
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