
El Camino de Santiago en bicicleta es una de esas experiencias que marcan para siempre. No es solo un desafío físico y mental, es una escuela de vida, una prueba de resistencia, de liderazgo y, sobre todo, de trabajo en equipo. Cada pedalada refuerza la importancia de la determinación, la estrategia y la amistad, valores fundamentales en cualquier reto que emprendamos.

Mi travesía comenzó el lunes 31 de marzo, con un objetivo claro: recorrer más de 300 kilómetros en cinco días. Desde el primer momento supe que no sería fácil, especialmente cuando se preveían fuertes lluvias y tormentas. El Camino de Santiago no es un simple paseo en bicicleta, es un reto que exige preparación, paciencia y una gran fortaleza mental. Hay etapas llanas que te permiten disfrutar del paisaje, pero también hay subidas interminables y contratiempos meteorológicos que ponen a prueba cada músculo del cuerpo y cada pensamiento en la mente. Razones para abandonar siempre se encuentran.

Hubo momentos de pura satisfacción, en los que el pedaleo se sentía ligero y el paisaje invitaba a seguir avanzando. Pero también hubo otros en los que el cansancio pesaba, la lluvia enfriaba el cuerpo y la incertidumbre hacía preguntarme si realmente llegaría hasta el final. La vida y el emprendimiento son así: comienzas con entusiasmo, pero inevitablemente llegan los momentos de duda, las dificultades inesperadas y el cansancio que te hace cuestionarlo todo. Sin embargo, si sigues avanzando, descubres que eres capaz de mucho más de lo que imaginabas.
Afortunadamente, no hice este viaje solo. Fui acompañado por un equipo maravilloso, amigos con los que compartí no solo el esfuerzo del camino, sino también conversaciones profundas, risas espontáneas y momentos que atesoraré para siempre. En cada parada, entre bocados y sorbos de agua, hablábamos de la vida, del emprendimiento, de los sueños y los retos que cada uno enfrenta. Nos recordábamos mutuamente por qué estábamos allí y por qué merecía la pena seguir pedaleando, sin importar lo difícil que fuera la etapa.
El cielo nos regaló lluvia, pero también nos brindó paisajes más espectaculares, campos verdes que parecían sacados de un cuadro, dehesas infinitas y cerdos ibéricos correteando libremente, disfrutando de su propio camino. Y nosotros, con la camiseta de VivoFácil, avanzábamos juntos, entre el cansancio y la satisfacción, con la certeza de que cada kilómetro recorrido nos hacía más fuertes.
Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que el Camino de Santiago es el reflejo perfecto de lo que significa emprender. Al principio, subes a la bicicleta con una idea, con un sueño que parece enorme. No tienes claro todo el recorrido, a veces te sientes perdido, te preguntas si vas en la dirección correcta. Hay días en los que fluyes y todo parece encajar, pero también hay momentos en los que el viento sopla en contra y cada pedalada se siente como una batalla.

Pero al final, lo importante no es la velocidad con la que avanzas, sino la determinación de no rendirte. Es confiar en el proceso, en el equipo que te acompaña, en la capacidad de adaptación y en la fuerza interior que te impulsa a seguir. Un día tuve que parar, el dolor en la ingle no me dejaba pedalear, pero bastó un poco de descanso para continuar al día siguiente aún con más fuerza y determinación.
Hoy, después de recorrer más de 300 kilómetros, tengo aún más claro que lo que parece imposible se supera paso a paso, kilómetro a kilómetro, decisión a decisión. Y así, en la bicicleta, en los negocios y en la vida, lo único que realmente importa es no dejar de pedalear, da igual cuanto se avance cada día. Paso a paso siempre se llega.